lunes, 24 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

Os anuncio con gozo el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho hombre, ha venido a habitar entre nosotros. Dios no está lejano: está cerca, más aún, es el «Emmanuel», el Dios-con-nosotros. No es un desconocido: tiene un rostro, el de Jesús.
Es un mensaje siempre nuevo, siempre sorprendente, porque supera nuestras más audaces esperanzas. Especialmente porque no es sólo un anuncio: es un acontecimiento, un suceso, que testigos fiables han visto, oído y tocado en la persona de Jesús de Nazaret. Al estar con Él, observando lo que hace y escuchando sus palabras, han reconocido en Jesús al Mesías; y, viéndolo resucitado después de haber sido crucificado, han tenido la certeza de que Él, verdadero hombre, era al mismo tiempo verdadero Dios, el Hijo unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14).
La luz de esta verdad se manifiesta a quien la acoge con fe, porque es un misterio de amor. Sólo los que se abren al amor son cubiertos por la luz de la Navidad. Así fue en la noche de Belén, y así también es hoy. La encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento que ha ocurrido en la historia, pero que al mismo tiempo la supera. En la noche del mundo se enciende una nueva luz, que se deja ver por los ojos sencillos de la fe, del corazón manso y humilde de quien espera al Salvador. Si la verdad fuera sólo una fórmula matemática, en cierto sentido se impondría por sí misma. Pero si la Verdad es Amor, pide la fe, el «sí» de nuestro corazón.
Y, en efecto, ¿qué busca nuestro corazón si no una Verdad que sea Amor? La busca el niño, con sus preguntas tan desarmantes y estimulantes; la busca el joven, necesitado de encontrar el sentido profundo de la propia vida; la busca el hombre y la mujer en su madurez, para orientar y apoyar el compromiso en la familia y en el trabajo; la busca la persona anciana, para dar cumplimiento a la existencia terrenal.
Que la luz de la Navidad resplandezca de nuevo en aquella Tierra donde Jesús ha nacido e inspire a israelitas y palestinos a buscar una convivencia justa y pacífica. Que el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo el Medio Oriente, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las Naciones a una solidaridad efectiva para con ellas. Que se haga esto también en favor de los que todavía sufren por las consecuencias del terremoto devastador y la reciente epidemia de cólera en Haití. Y que tampoco se olvide a los que en Colombia y en Venezuela, como también en Guatemala y Costa Rica, han sido afectados por recientes calamidades naturales.
Que el nacimiento del Salvador abra perspectivas de paz duradera y de auténtico progreso a las poblaciones de Somalia, de Darfur y Costa de Marfil; que promueva la estabilidad política y social en Madagascar; que lleve seguridad y respeto de los derechos humanos en Afganistán y Pakistán; que impulse el diálogo entre Nicaragua y Costa Rica; que favorezca lareconciliación en la Península coreana.
Que la celebración del nacimiento del Redentor refuerce el espíritu de fe, paciencia y fortaleza en los fieles de la Iglesia en la China continental, para que no se desanimen por las limitaciones a su libertad de religión y conciencia y, perseverando en la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, mantengan viva la llama de la esperanza. Que el amor del «Dios con nosotros» otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a com-prometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos.
Queridos hermanos y hermanas, «el Verbo se hizo carne», ha venido a habitar entre nosotros, es el Emmanuel, el Dios que se nos ha hecho cercano. Contemplemos juntos este gran misterio de amor, dejémonos iluminar el corazón por la luz que brilla en la gruta de Belén. ¡Feliz Navidad a todos!

martes, 18 de diciembre de 2012

No hay FIN DEL MUNDO, los Mayas se EQUIVOCARON

La clave para entender la profecía maya que pronostica el fin del mundo el próximo 21 de diciembre, y por qué se ha malinterpretado, se encuentra en la idea que las culturas prehispánicas tenían del tiempo como un proceso cíclico frente a la concepción lineal actual.


Así, los mayas no pudieron predecir el fin del mundo, principalmente, porque en su cosmovisión no existía el concepto lineal del tiempo que se utiliza en Occidente, con una mentalidad apocalíptica heredada de la tradición judeo-cristiana.

Según explicó el profesor del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Patrick Johansson, "en el tiempo occidental partimos de una fecha que podría ser, por ejemplo, el nacimiento de Cristo, y de manera totalmente lineal vamos hacia el futuro (...); en el mundo indígena había ciclos después de los cuales era borrón y cuenta nueva". Por ello, "aquí primero tenemos un problema epistemológico de un mundo como el nuestro que quiere entender un mundo radicalmente distinto como el mundo mesoamericano prehispánico".

Por eso, la famosa profecía se originó a partir de una lectura errónea de una inscripción hallada en un panel jeroglífico en el conocido como Monumento de Tortuguero, en Tabasco (México).  Según la traducción, la escritura reza: "Trece b'aak'tuunes habrán acabado (en el) día 4 ajaw 3 k'ank'iin, ello habrá ocurrido", en referencia a la finalización, según las creencias mayas, de la era que comenzó en el año 3114 a.C., el 13 "batkun".
No obstante, Johansson aclara que los pueblos mesoamericanos sí estaban preocupados por la idea de naturaleza "universal". Para canalizar ese miedo, crearon los "nemontemi" o "días baldíos". "El fin del mundo es algo universal, pero los antiguos mexicanos sí tuvieron la sabiduría de poner a cada año cinco días de caos para tener una vivencia caótica antes de regresar al cómputo calendárico normal, y eso permitía drenar toda esta angustia que tienen los hombres desde tiempos inmemoriales", precisó.
De, esta manera amigos, no se asusten por el día, ni la hora; ya que solo Nuestro Padre Dios, que  es omnisciente, que ve lo futuro, sabe lo que va a pasar, solo el es el dueño del tiempo y del espacio, a él la gloria  per omnia in saecula saeculorum ( por todos los siglos de los siglos), por lo tanto, el tiempo no es nuestro el tiempo es de Dios.